No sé de quién es la cita del título, pero el que escribe, que siempre ha tenido perro, puede dar buena fe de ello.
Hoy me despido entre lágrimas de una de mis mejores compañeras: Blondie, la bellísima bóxer alemán de las fotos que acompañan a estas líneas.
Blondie llegó a nuestra recién estrenada casa con solo dos meses de edad, en la primavera de 2005, y lo hizo ante las continuas peticiones de mi hijo y de mi mujer que nunca habían tenido perro.
Yo, que sabía el sacrificio que supone meter a un cachorro en casa, me negué en un principio, pero luego me acordé de las palabras de mi padre: "todos los niños deberían tener su perro" y acepté finalmente su llegada, pero advirtiendo duramente al resto de la familia sobre la responsabilidad que iba a implicar, las molestias que en un principio iba a causar y el tiempo que iba a requerir. Yo no paraba mucho en casa por entonces y esa responsabilidad tan dura iba a recaer en sus manos.
Y, efectivamente, los principios fueron muy duros, sobre todo para mi mujer que estaba todo el día en casa y que ahora le tocaba ir persiguiendo a un cachorro inquieto destrozando lo que encontraba a su paso y dejando sus pises y cacas en el primer sitio que le daban ganas.
Para mi hijo fueron novedosos. A sus nueve años no solo se encontró con una compañera absolutamente fiel e inagotable con la que jugar en un jardín apenas comenzado, sino con un animal sobre el que tenía una responsabilidad y al que cada vez que parecía que.... había que sacar corriendo a la calle y felicitarla cuando lo hacía bien, lo que pasaba muchas veces al día. En cualquier caso, Blondie era muy inteligente. Antes de que las hojas de los árboles comenzaran a caer en aquél 2005 ya sabía lo que podía hacer dentro de casa y lo que debía hacer fuera.
Y a partir de ahí empezamos a vivir con alguien que se hizo indispensable en nuestras vidas, con alguien que cuando nos íbamos de vacaciones echábamos de menos y a la que, cuando a la vuelta recogíamos del hotel de animales dónde la dejábamos, salía medio mosqueada como diciendo ¿por qué me habéis dejado sola? y nos ignoraba y no se nos lanzaba con sus lametones y ladridos hasta que estábamos de nuevo en casa. Y cuando nuevamente llegaba en casa disfrutaba de sus carreras por el campo una y otra vez, esperando que le lanzáramos el trozo de cable que le servía de juguete jugando hasta el agotamiento con cualquiera de nosotros, sin importar sí hacía frío o calor y siempre detrás del cable, o palo, o juguete que le lanzaba aquel que la sacaba a dar el paseo mañanero que le tocaba día tras día. Y tras el juego su cara de agradecimiento que te alegraba el corazón y las lecciones dedicadas a aprender a obedecer ordenes simples como sentarse, tumbarse o dar la pata. Esta última le costó apenas dos semanas y un paquete de galletas a mi hijo. Y si no queríamos jugar o nos retrasábamos en sacarla, se tumbaba en su sitio y nos miraba fijamente cómo queriendo introducirse en nuestros cerebros para expresar su deseo y sin ansia ser complacida.
Tener un animal es una responsabilidad muy grande, pero darle la felicidad a un perro es muy sencillo. Blondie solo esperaba que nos acordáramos de ella para sacarla de paseo, darla de comer, bañarla. No exigía nada más. Simplemente esperaba. Y estaba allí para cuando nosotros la necesitábamos a ella, para cuándo necesitábamos un cuerpo caliente al que abrazar si nos encontrábamos frustrados, un cuerpo caliente con el que llorar y desahogarnos, al que contarle nuestras penas y ofrecer nuestro corazón roto. Ella lo sabía. Sabía que solo tenía que esperar para tener lo que necesitaba y que solo tenía que esperar para ser útil a otro miembro de su familia. Útil con su única presencia.
Y así iban pasando los años hasta que en la primavera de 2015 un comentario de mi veterinario mientras estábamos en la vacunación me dejó helado: "La esperanza de vida de los bóxer es de 10 a 12 años". No había sido consciente hasta ese momento, pero me di cuenta que ya la mayoría del tiempo Blondie dormía, los paseos no eran tan largos y las carreras casi se habían olvidado. Alguien dijo que la vida de los perros era demasiado corta y que, en realidad, ese era el único defecto que tenían. ¡Gran verdad!, pero por el momento Blondie solo dormía más. Es cierto que había excepciones como cuando jugaba una final el Real Madrid, pero el tiempo pasaba como demostraba que en el negro intenso de su morro iban apareciendo las canas.
En octubre de ese año, mientras en un día de perros, lluvioso y oscuro, mi mujer y yo paseábamos a Blondie, llegó a nuestras vidas Tambor. Tambor era un perro escapado o abandonado, de año y medio de edad, al que decidimos cuidar mientras encontrábamos a su dueño. Tras visitar al veterinario, empapelar nuestro pueblo y poner mensajes en todas las redes sociales sin ningún éxito, decidimos todos los miembros de la familia que había hueco para uno más. Y digo todos los miembros de la familia con propiedad, incluyendo por supuesto a Blondie, porque su actitud hacia otro perro hasta ese momento había sido de pura competencia, pero con Tambor cambió y se convirtió en su guía y defensora. Tambor entró, por tanto, a formar parte de nuestra vida que ya contaba con dos miembros caninos y lo que nunca había pasado hasta entonces pasó, a Blondie no le importaba que Tambor le quitara sus juguetes, ni le importaba hacer de almohadón para el pequeñín.
El invierno de 2016 mi mujer y yo felicitamos las pascuas con ambos. fue difícil hacer la foto porque Blondie se puso especialmente besucona, siempre había sido cariñosa y curiosa con cualquier humano pero esa tarde estuvo especialmente cariñosa con todos y el resultado de la foto está en este muro de al lado.
Y otro año pasó y llegó la primavera de 2018, y mi veterinario, mientras vacunábamos a los dos perros, me dijo que Blondie aun estaba muy bien, aunque, con trece años, ya vivía de prestado, pero se equivocaba, aun cuando ya no corriera, estuviera más pasiva y se notara una cierta edad por las canas en el morro, aun nos seguía dando a todos los miembros de la familia mucho. Mucho de algo que no puede explicarse, pero que cualquier dueño de un perro sabe lo que significa.
Llegó el final del verano y Blondie comenzó a hacer cacas sueltas. Al principio en sus salidas normales y no le dimos mucha importancia. A las dos semanas, como no paraba, la llevamos al veterinario y le dimos un complemento nutricional que mejoró la situación momentáneamente. Luego la cosa fue a peor y la pobre salía corriendo, y nosotros detrás para abrirle la puerta y salir al campo. Nunca en casa ni en el jardín. Nueva visita al veterinario y tras dos semanas en que los piensos específicos no le hacían nada, una ecografía desveló un tumor en la unión de ambos intestinos. A partir de ahí Blondie comenzó a adelgazar de manera preocupante y las noches se tornaron en vela para ir corriendo a abrirla la puerta.
Mi hijo no vio morir a su perra el pasado viernes porque lleva tres meses estudiando fuera. Tampoco vio el dolor de sus padres tomando una decisión que nunca quisieron tomar, pero que desgraciadamente debieron tomar pensando en que ellos pedirían lo mismo para sí en idéntica situación. Dios a veces no nos escucha, pero nos guía en la toma de las decisiones complicadas.
Mi hijo se despidió en septiembre, cuando se fue, con una foto de Blondie en Instagram en la que aparece bebiendo de la fuente que tenemos en el jardín. Todos te vamos a echar de menos. Hemos hecho que suelden la placa que llevabas en tu collar a esa fuente donde en verano te gustaba tanto beber del grifo.
Blondie, no has sido todo en nuestra vida, pero has llenado nuestra vida entera. Tambor está un poco triste porque no te ve por aquí, pero le sacamos de paseo y parece que momentáneamente se le pasa. Por nuestra parte hemos recuperado cientos de fotos que al menos nos hacen recordar tantos buenos momentos que nos has dado y hemos descubierto que es verdad otra cita: "Un perro te enseñará amor incondicional. Si puedes tener eso en tu vida, las cosas no serán tan malas."
Mil gracias Blondie, nunca podremos devolverte todo lo que nos has dado.